Todo comenzó en una celebración familiar, entre parientes y amigos de toda la vida. Había de todo: la sopa de gallina india con su pedazo de asado, tortillas recién salidas del comal y las mesas rebosantes de alegría. Un grupo de músicos se encargaba de amenizar la tarde con guitarras, acordeón y tambores, mientras que en un rincón se había instalado un módulo de entretenimiento musical, con karaoke y su respectiva pantalla donde se leían las letras de las canciones más pedidas.


La tarde avanzaba entre risas, brindis y recuerdos. El famoso chaparro casero —bautizado con picardía como El Bombazo del Tío Maclovio— corría de mano en mano, encendiendo gargantas y encendiendo también las bromas y los ánimos. Ya entrada la noche, el cielo se volvió gris y sobre la montaña se desató un aguacero feroz. El viento golpeaba con furia las ramas y el agua azotaba el techo de lámina del rancho. Pero nada de eso logró detener la celebración: algunos se refugiaron bajo corredores, otros se arrimaron al fuego, todos con el calor de la bebida que espantaba el frío.


Cuando la tormenta finalmente se calmó, la fiesta se trasladó a la casa del vecino, un lugar más amplio donde la parranda podía continuar. Allí, entre bailes, canciones y risotadas, las horas pasaron veloces. La noche estaba helada, la neblina comenzó a bajar de la montaña, pero la embriaguez era un abrigo suficiente.


A medida que avanzaba la madrugada, unos iban cayendo rendidos, buscando dónde echarse un rato. Otros salían tambaleando entre la maleza, siguiendo el instinto de la necesidad. Y fue entonces, en ese silencio interrumpido solo por el murmullo de la llovizna y las últimas carcajadas, que ocurrió lo inesperado.


Algunos aseguran que lo vieron claramente: a unos cuantos metros, en medio de la neblina, apareció una silueta desnuda. El aparecido chulón, como luego le dirían, permanecía inmóvil, observando, extraño, enigmático. Nadie supo de inmediato si era uno de los asistentes, perdido entre la borrachera, o si se trataba de un alma en pena, un espectro salido de las entrañas de la montaña.


Porque en esas tierras, muchos recordaban aún los combates de la guerra, décadas atrás. Aquellos montes habían sido escenario de batallas entre el ejército y las fuerzas insurgentes, dejando tras de sí historias de muertos que nunca encontraron descanso.


La incógnita quedó sembrada en el corazón de todos los que lo vieron:

¿Era acaso un vivo, derribado por el Bombazo del Tío Maclovio?

¿O era un muerto, condenado a vagar desnudo en las madrugadas de la sierra?


Lo cierto es que, desde aquella noche, nadie volvió a celebrar igual.

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