La niebla se cernía sobre la sierra como un manto opaco, envolviendo el entorno en una atmósfera de misterio. Esa madrugada, el eco de risas y anécdotas de años pasados resonaba entre las rocas, pero había algo más. Un murmullo inquietante se arrastraba entre los asistentes a la celebración del cumpleaños número ochenta y siete de Don Patricio, un hombre que había sido el corazón de aquel lugar desde su infancia.
Mientras las llamas de la fogata danzaban al ritmo del viento helado, algunos recordaban viejas historias de combates que habían ocurrido en esa misma tierra, mientras otros bromeaban sobre el "aparecido chulón". Algunos se reían, intentando ahogar el miedo que les provocaba aquella leyenda; otros, más escépticos, sentían un escalofrío recorrer sus espinas dorsales. La risa era una defensa, un intento de desestimar lo que sabían que había marcado a su comunidad hace décadas.
"¡Es solo producto de la borrachera!", exclamó uno de los amigos de Don Patricio con una risita nerviosa, pero los ojos de los demás reflejaban una mezcla de curiosidad y temor. Nadie quería hablar de lo que realmente podría ser: un alma en pena vagando entre árboles ancianos, buscando redención por actos olvidados.
Mientras tanto, la figura de Don Patricio brillaba como un faro en medio de la tormenta de recuerdos. Su voz, aún firme a pesar de los años, narraba su juventud llena de romances y serenatas, de música y risas. Pero también existía otro tipo de llamada, una que atraía a los aventureros y curiosos hacia la sierra: la promesa del aparecido chulón.
Casi sin darse cuenta, el ambiente festivo se tornó sombrío. Las historias sobre el espectro comenzaron a tomar forma, cada vez más vívidas. "Algunos dicen que lo han visto, a lo lejos, junto al lago", susurró Doña Clara, con una mirada que parecía atravesar el tiempo. "Otros comentan que si miras bien, puedes ver su guitarra resplandecer entre la neblina."
El grupo de amigos, entre risas y relatos, decidió que al día siguiente subirían a la montaña, impulsados no solo por la diversión, sino también por la necesidad de experimentar esa sensación electrizante de lo desconocido. Desde esa noche, la curiosidad empezó a apoderarse de ellos. ¿Era el aparecido un simple mito o había algo más profundo y oscuro detrás de su existencia?
A medida que se adentraron en sus pensamientos, el frío se volvió más punzante y el silencio se volvió ensordecedor. ¿Qué harían si lo encontraran? ¿Cómo reaccionarían ante un espíritu errante, escondido entre las sombras? Cada momento que pasaba, el miedo y la adrenalina se entrelazaban, creando un baile macabro que hacía latir sus corazones más rápido.
La noche continuó con relatos y risas nerviosas, pero en el fondo de sus almas, todos compartían una inquietud palpable. El regreso a la rutina diaria no sería igual; el aparecido chulón ya había dejado su marca en ellos, una sombra de suspenso que parecía susurrar: "Tal vez mañana sea diferente".
Así, entre risas y anécdotas, quedó sellada la promesa: la búsqueda del aparecido se convertiría en su próxima aventura. Sin embargo, bajo la superficie de su entusiasmo, el miedo comenzó a tomar formas más definidas, manteniéndolos alerta, recordándoles que en la sierra, el verdadero suspenso apenas comenzaba a desplegarse.
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